No hay plazo que no se cumpla...
El amarillo se convierte en un color habitual. El pito del metro ya deja de molestarme. Esperar el verde para cruzar se hace parte del panorama. Caminar por Santiago me hace pensar el doble. Será proporcional al porte de las cuadras o al tiempo que paso solo… lo cierto es que reencontrarme con esa ciudad me produce sentimientos encontrados.
En mi inconciente está asociada al mundo laboral. Los viajes de chico a la casa de mis tíos o los constantes rituales al estadio no fueron suficientes para forjar otra percepción. Es quizás una de esas veces en que el futuro se impone al pasado en el complejo laberinto de mi mente.
Las proyecciones están para cumplirlas y después de mi práctica siempre asumí que volvería a aquella ciudad. Probablemente llegó en el momento que menos lo esperaba… justo cuando comenzaba a disfrutar el hecho de simplemente estar en mi casa. Pero las oportunidades se dan una vez en la vida dicen por ahí, y hay que aprovecharlas.
En eso estoy, o al menos eso pretendo. Lo cierto es que más allá de esta pega (puede que esté loco –examen sicológico- o simplemente no les guste mi trabajo) el punto de fondo es que inicio la vida que en algún momento asumí como un proyecto y que ahora debo asimilar.
Es distinto irse pensando que voy a estudiar o a hacer una práctica con un plazo determinado. Ahora la idea es no volver… y eso es lo que cuesta asumir. Tengo amigos y parientes que me acogen, pero Santiago siempre seguirá siendo la ciudad del trabajo. Quizás algún día haga mi vida allá, quizás también sea feliz, pero en mi cabeza Santiago seguirá siendo el mismo.
Asumo con entusiasmo el desafío de consolidar las aspiraciones que alguna vez planifiqué. Avanzo con cuidado por la ciudad que no me enseñó a caminar, tampoco a pensar y sentir como lo hago, pero que sí me instruirá en como trabajar para vivir.
No sé si gano o pierdo, si es alegría o tristeza, eso el tiempo lo dirá. Sólo sé que cumplo con lo que tenía pensado. Sólo se que el futuro es lo que me espera y el pasado lo que me alimenta. También sé que no me haré millonario, pero que haré lo que me gusta. Sé que los veré, sea acá o allá…. la cosa es que estaré.
En mi inconciente está asociada al mundo laboral. Los viajes de chico a la casa de mis tíos o los constantes rituales al estadio no fueron suficientes para forjar otra percepción. Es quizás una de esas veces en que el futuro se impone al pasado en el complejo laberinto de mi mente.
Las proyecciones están para cumplirlas y después de mi práctica siempre asumí que volvería a aquella ciudad. Probablemente llegó en el momento que menos lo esperaba… justo cuando comenzaba a disfrutar el hecho de simplemente estar en mi casa. Pero las oportunidades se dan una vez en la vida dicen por ahí, y hay que aprovecharlas.
En eso estoy, o al menos eso pretendo. Lo cierto es que más allá de esta pega (puede que esté loco –examen sicológico- o simplemente no les guste mi trabajo) el punto de fondo es que inicio la vida que en algún momento asumí como un proyecto y que ahora debo asimilar.
Es distinto irse pensando que voy a estudiar o a hacer una práctica con un plazo determinado. Ahora la idea es no volver… y eso es lo que cuesta asumir. Tengo amigos y parientes que me acogen, pero Santiago siempre seguirá siendo la ciudad del trabajo. Quizás algún día haga mi vida allá, quizás también sea feliz, pero en mi cabeza Santiago seguirá siendo el mismo.
Asumo con entusiasmo el desafío de consolidar las aspiraciones que alguna vez planifiqué. Avanzo con cuidado por la ciudad que no me enseñó a caminar, tampoco a pensar y sentir como lo hago, pero que sí me instruirá en como trabajar para vivir.
No sé si gano o pierdo, si es alegría o tristeza, eso el tiempo lo dirá. Sólo sé que cumplo con lo que tenía pensado. Sólo se que el futuro es lo que me espera y el pasado lo que me alimenta. También sé que no me haré millonario, pero que haré lo que me gusta. Sé que los veré, sea acá o allá…. la cosa es que estaré.